Veinte años no es nada y medio siglo tampoco

También era caro perforar un túnel bajo Gijón que nadie pidió ni falta que hacía. 3,8 kilómetros de ninguna a ninguna parte, a la espera de excavadoras para prolongarlo por un extremo y de estación intermodal a la que conectarlo por el otro (intermodal es un modo de decir).

Es caro pasarse 40 años cambiando estaciones ferroviarias de sitio y tener en servicio un apeadero «provisional», transcurrido casi medio siglo desde que la estación que teníamos -y que cientos de ciudades europeas mantienen en uso- la dejamos para museo de viejos trenes, a modo de metáfora.

Es caro vivir en los barrios del
oeste de Gijón y parte del concejo de Carreño, respirando los hollines de una actividad industrial que, bajo iniciativa pública o privada o ambas dos, supedita a una cuenta de resultados la buena salud del aparato respiratorio de seis generaciones.

Es caro invertir dinero público en muelles portuarios que no se van a usar, o vincularlos a una supuesta Zona de Actividades Logísticas donde al cabo de 20 años no se ha instalado empresa alguna, ni logística ni ilógica.

Que un tren de Cercanías directo tarde 35 minutos en llevarte de Gijón a Oviedo o viceversa sale caro, cuando el trayecto se podría hacer en 20 minutos, con una inversión mínima si la comparas con el tercer carril de la autopista y sus fulgurantes luminarias.

Sale bastante caro dejar que echen abajo una antigua escuela de Peritos en pleno centro de Gijón, por pura ocurrencia, y que el solar quede para aparcamiento. El edificio que la piqueta derribó podría ser hoy, por poner un ejemplo entre varios, sede integral de la diseminada Universidad Popular de Gijón, de la que a nadie oyes hablar pero es uno de los grandes logros de la ciudad en el último medio siglo.

Es caro tener un edificio como el de Tabacalera, empantanado y con Cimavilla clamando por su apertura, transcurridos veinte años desde que la fábrica de tabacos cerró. El mismo día que echaron el candado las de Madrid, Málaga o San Sebastián, que ya son museos o centros culturales haciéndose maduros.

Otro edificio en desuso y sin cesión de uso, el de los antiguos juzgados de Prendes Pando, va a salir carísimo, tanto tiempo ahí muerto de risa.

Es caro y deprimente tener un solar abandonado en Naval Gijón desde hace 15 años, y aún más caro permitir que los terrenos, que en parte fueron ganados al mar para beneficio de empresas privadas, no hayan revertido al municipio en su totalidad. Sale más caro el empeño «seudoprogresista» de impedir tozudamente que parte de ese suelo, en primera línea de costa, tenga un uso residencial.

No es tan caro irse unos días a Malmoe, a Gotemburgo, a Liverpool, a Düsseldorf a la orilla del Rhin, a comprobar qué se hizo allí en terrenos abandonados por la desindustrialización, distinguiendo meridianamente entre cohesión urbanística y pelotazo. También se puede ir a Bilbao, dar una vueltina por la ribera del Nervión y volver en el día.

Salió francamente caro sacar 12 millones de euros (de hace 20 años) de la caja de caudales del Ayuntamiento para comprar la Escuela de Fútbol de Mareo, al rescate de una deficiente gestión del Sporting y sin exigir contrapartida alguna a cambio ni intervenir aquella gestión; hasta que la SAD socorrida acabó arruinada y una quita de la deuda por vía judicial la sacó de la quiebra.

Saldrá caro seguir mantenien- do El Molinón a base de remiendos otros 40 años, desde la poco afortunada ampliación para el Mundial 82. Sin un plan a medio o largo plazo para la conservación y modernización de un estadio que usan cada mes unas 40.000 personas, muy por encima de cualquier otro recinto de espectáculos en la ciudad.

Porque ahora que no va a haber Mundial-30 (ni falta que nos hace el torneo en sí, y menos aún tener que tratar con esa banda futbolera de mercachifles apoltronados en Suiza), habrá que preguntar a la Corporación Municipal gijonesa quién, cuándo y cómo va a correr con la inversión necesaria para que el cacareado estadio más antiguo del fútbol español no se caiga a pedazos de aquí a 20 años, que no es nada como cantaba Gardel.

De Orlegi se dice que vinieron a hacer negocio no más, y claro que sí. Si hubieran venido a repartir dinero no serían una empresa privada, serían una ONG. De momento se han quedado con el Sporting de Gijón SAD, no a la fuerza o a punta de revólver, sino poniendo encima de la mesa 50 millones de euros para comprar las acciones que estaban en venta. Aquí creemos de hace tiempo que venir de fuera a hacer negocios es venir a apoderarse de lo ajeno, pero a ver si en otros 20 años abrimos el foco y nos convencemos de que hacer negocios no es un delito; más bien lo contrario si el negociante no estafa, no incumple la normativa vigente, no explota a sus empleados, no defrauda a Hacienda ni vende mascarillas defectuosas en plena emergencia sanitaria para comprarse un coche de 240.000 euros. Que de todo eso ya sabemos un rato.

Mundial macanudo

El mundial de la vergüenza, llama Amnistía Internacional a Qatar 22, y lo bautiza con doce años de retraso. Corría 2010 cuando la plana mayor de la FIFA -con el indescriptible Joseph Blatter al mando, aunque él jura que los sobornos los llevaba Platini- se tiraba de cabeza a un pozo negro en medio del desierto, a retozar entre bolsas de petrodólares. Doce años tardaron en aflorar quejas y reparos a tan controvertida adjudicación de sede: en las pancartas de los hinchas alemanes, en las llamadas del Foreign Office a la templanza de sus borrachos sin fronteras y en las camisetas con mensaje de la selección danesa, prohibidas por la autoridad futbolística porque el lema ‘Derechos humanos para todos’ es un mensaje político, ya se sabe. Como el ‘Gracias por todo, Llaneza’ podría incitar al odio y la violencia.

Francés como Platini, como Sarkozy corrupto y el escuadrón entero de aviones de combate que le colocaron al emirato del Golfo (en su doble acepción), es Eric Cantona, largamente adelantado a Ibai Llanos en declararse objetor del Mundial, a falta de la mili. El viejo ídolo de Old Trafford ya anunciaba el pasado enero que del torneo que ahora empieza no verá ningún partido, pues han muerto miles trabajando como esclavos en los estadios en obras. Cantona es a Qatar 22 lo que Paul Breitner fue a Argentina 78: contrarios ambos a celebrar grandes eventos deportivos en colaboración con oscuros regímenes políticos, parcos en libertades o que directamente apestan. Hace medio siglo, la FIFA todavía adjudicaba sus mundiales a potencias balompédicas, pero si en el plazo entre adjudicación y celebración mediaba algún golpe de Estado, con gente desapareciendo a mansalva, el torneo se disputaba como si nada. Sin Breitner, que era alemán pero maoísta, y con asesinos en serie presidiendo en los palcos, con Havelange al lado mirando que no salpicara mucho y Menotti tan ufano, levantando el mazacote de la copa del Mundo entre sospechas de pucherazo y tapándose la nariz.

El suizo de turno al frente de la FIFA cree hoy que la guerra en Ucrania debería parar durante la disputa del Mundial 22. Luego si eso, que sigan. Un ex futbolista qatarí que ejerce de embajador externo promociona aires de apertura en su país definiendo la homosexualidad como un ‘daño en la mente’. Las primeras crónicas de ambiente desde Qatar refieren un interesante toma y daca entre lo que allí dicta la sharía, que es la ley islámica, y lo que paga Budweiser, que es patrocinador oficial. El vídeo de entusiastas aficionados (argentinos, daneses, brasileños, españoles…) que rula estos días por redes y telediarios, parecía un canto al fair play, pero resultó ser un ‘fake’ (antes mentira). Los indicios apuntan que se avecina un Campeonato del Mundo de Fútbol con todo postizo, incluidos los hinchas. 

Los mundiales fueron referencia en nuestras vidas, o al menos una excusa para cambiar de televisor. Entre el Vanguard con cuernos y la SmartTV UHD 4K desfilaron Pelé y su legendario gol que en realidad no metió porque la echó fuera, los chispeantes cambios de ritmo de Cruyff, el fabuloso cuarteto Sócrates-Cerezo-Falçao-Zico, Sandro Pertini botando de risa en el Bernabéu, un eslalon supergigante del Barrilete Cósmico, Ronaldo Nazario, único y verdadero; el iniestazo galvanizando España sobre un fondo de vuvuzelas… Alicientes no faltaron ni en Rusia, donde tampoco tenía que haber sido el Mundial, pero bien que disimulamos. Allí donde Florentino le birló a Rubiales un seleccionador por el método del descuido, y en los mercados de fichajes pasó a regir la cotización del kilo de fornido centrocampista francés.

Creíamos que un mundial de fútbol de cartón piedra, en noviembre y en el desierto, interfiriendo las grandes ligas, el Black Friday, las cenas de empresa y las colas de Doña Manolita no lo calentaría ni Medina Cantalejo manejando el VAR, con su amplio repertorio de llamadas a revisar penaltitos. Temíamos que el lamentable escamoteo del modo ‘sonido ambiente’ en la tecla de selección de audios nos abocaría de nuevo al tormento de escuchar a la tropa de narradores, -los de la tele versus los de la radio-, disputándose quién grazna más desaforadamente ‘golgolgollll’. Citius, altius, fortius. Que ya dice Hostelería local que quién va a sentarse en una terraza con televisión a ver el Qatar-Ecuador con los graznidos a cero.

Fue entonces cuando Luis Enrique se hizo ‘streamer’. No había acabado Emilio Pérez de Rozas de contar ausencias clamorosas en la lista de 26, ni Sergio Ramos de postear sus grandes sueños incumplidos, ni el ala integrista del merenguismo de decidirse entre Brasil o Argentina, como en su día fue Portugal, cuando el seleccionador español se anunciaba como comentarista inside. Por entregas. Partido a partido. La FIFA gastando pasta en llevar ‘influencers’ al Golfo (menos Ibai, que no va), a eso que llaman crear contenidos y que Rodrigo Fáez inventó hace tiempo, poniendo el listón por las nubes, y va Lucho y se coloca por sorpresa al frente del show, con una promo oscura y austera, de escenografía a lo Zelenski.

Pasaría a la historia de la comunicación audiovisual un directo de Luis Enrique desde Doha para el mundo, inmediatamente después de ganar España la final. A Brasil, por penaltis, con Casemiro tirando el último al segundo anfiteatro. Despacharía el mister campeón la conferencia de prensa pos partido respondiendo preguntas como pimientos de Padrón; saldría zumbando para el hotel, se pondría una camiseta vintage del Sporting y conectado a la nube revelaría que tras el Mundial macanudo, el futuro será una encrucijada: continuar hasta la Eurocopa, hacerse otra vez los Dolomitas en bici o emplearse a fondo en la refundación del Xeitosa. 

Terminado el último recuento de ausencias clamorosas entre los 26 campeones del mundo, y entrevistado en exclusiva el aficionado qatarí que se quedó con el balón de Casemiro en el segundo anfiteatro, Pedrerol cerraría El Chiringuito para fundar la Escuela Superior de Creadores de Contenidos. Con medidor de decibelios en el laboratorio de prácticas, para puntuar graznidos de gol. 

La Nueva España. Noviembre de 2022




Pardillos

Son unos pardillos. Otra vez se metieron en un jardín siguiéndole el juego a las derechas y salvándoles de paso el culo. Dándole al adversario aire que respirar en pleno sofoco; combustible gratis para que con toda su trompetería mediática distraigan a la peña a tres turnos con sus cortinas de humo.

Unos genios de la estrategia, es lo que son. A la derecha partida y sin brújula, que cumple un año de pandemia planetaria obsesionada con echar al Gobierno, por ilegítimo y por criminal (el SARS-COV 2, ya se sabe, nació en un laboratorio chino, pero lo expandieron por el mundo unas ministras de malva reivindicando el 8M), la tenemos hoy en todas las portadas, en todos los boletines, en todos los titulares de apertura pidiendo cabezas a quienes alientan o legitiman la guerrilla urbana (con la tercera ola de virus todavía en curso, como recordarán). La semana de los balances del destrozo electoral en Cataluña no hay en los telediarios rastro de sorpassos ni Bárcenas ni Cifuentes ni jueces partidistas ni quedadas nazis, gracias a la distracción que desde el otro bando proporcionan conspicuos expertos en Ciencias Políticas. Astutos como ellos solos.

Ya sabíamos que ser un cretino antisistema y hacerse pasar por artista no es ningún delito. Y que si a estas alturas del siglo XXI, en España te entrullan por eso es que ningún gobierno en cuarenta años se dignó derogar la ley que lo permite, que en cualquier país del mundo civilizado no es ni imaginable, ni por la derecha ni por la izquierda. Por sentido de la medida y porque las injusticias no se curan con indultos, se extirpan legislando.

Así que, a punto de cumplir un año de emergencia sanitaria, con picos de mortandad desbocada, desplome de la economía y más penurias para los desfavorecidos, asistimos al prodigioso espectáculo de ver a finos estrategas llamando desde el Gobierno o sus inmediaciones a la insurrección callejera, para alivio y regodeo de las bancadas de enfrente.

Un año de drama social y esperpento político, con la plana mayor de asaltantes del cielo inspirando a Cuca Gamarra y animándole el circo a Ferreras, mientras la dignísima ministra de Trabajo les sostiene la brocha.

Facebook, febrero de 2021.

El miedo al pelotazo es sicosomático

Ya habrá reparado el conglomerado de Orlegi al completo en que eligió un mal sitio para lanzarse a la cirugía urbanística, como Lloyd Bridges escogió un mal día para dejar de fumar. Y de beber y de esnifar pegamento. En esta nuestra capital mundial de la recreación infográfica; meca del anteproyecto nonato, la medianera vista, el remiendo y el equipamiento básico pendiente de consignación presupuestaria, ese ‘Molinón 2030’ -así, tan de repente, nada más tomar tierra- ha puesto en alerta a la Xixonomía en su facción más descreída, que apenas vio en primera plana su estadio simulado, corrido y ampliado, ya preguntaba si después del Mundial de marras van a seguir el Alimerka y el pulpo a feira, y dónde vamos a poder aparcar.

Conspicuos de amplio espectro, con la versión ‘apagadorista’ de la progresía al frente, llevan semanas alertando contra el pelotazo inminente y la aberración urbanística en ciernes. Que si los riesgos que entraña una tortuosa tramitación administrativa al sprint, que quién pagará la factura, que es carísima, que cómo que perdemos el certificado de antigüedad de El Molinón, vestigio residual de la grandeza perdida… 

Cuarenta años atrás, cuando aquel otro ‘mister Marshall’ mundialista que fue el 82 del pasado siglo, Gijón tenía aún su coqueta estación del Norte a un paso del centro, con trenes saliendo y llegando. La de autobuses todavía no daba grima y la infografía digital ni se había inventado. La contestación ciudadana iba por otros derroteros, con la chaqueta de pana de Isidoro enfilando la verja de entrada a la Moncloa, así que el único estadio de fútbol con cuatro tribunas y cinco cotas diferentes lo alumbró el propio dueño de la finca, el Ayuntamiento, tras haber escatimado un concurso público de proyectos para la ampliación, en aras de la austeridad. 

El adefesio arquitectónico resultante se presentó en sociedad con gran eco mediático exterior: aquel tongo memorable entre austríacos y alemanes. Albergó luego los estertores del Eurosporting y la larga travesía del desierto SAD, hasta que llegaron Preciado con un saco de optimismo y Zapatero con otro de billetes verdes. Alpiste estructural para el ladrillo, con su burbuja a punto de explotar. El fondo norte de El Molinón dejó entonces de ser un ‘guiño a la historia’ para equipararse con el sur; la tribunona ganó una hilera de palcos vip y toda la fachada exterior pasó de horripilante a obra de arte con el envoltorio de Vaquero Turcios. Como no habíamos lanzado aún la carrera hacia la movilidad sostenible, los graderíos del remozado estadio para enfrentar el siglo XXI siguieron sin ascensores.

El apagadorismo local apuesta ahora a que una tercera intervención tampoco será la vencida. La sugerente infografía de Orlegi, que aún no despeja si va a ser primero el ascenso o el megaestadio, el huevo o la gallina, el fútbol o las torres gemelas, ha despertado por ahora la vena cilúrniga irreductible, dormida durante décadas en un metaverso de lo intermodal a base de túneles inundados, estaciones ferroviarias de quita y pon, escuelas de peritos escamoteables y regasificadoras que únicamente arrancan (ahora todo arranca; nada empieza, comienza, se inicia o entra en funcionamiento) con invasión de Putin mediante.

Pelotazos sonados en Gijón se dieron algunos el último medio siglo, mucho antes del desembarco orlegiano. Con nuestros vigías de la pulcritud distraídos o complacientes, tal vez anestesiados, el gigantesco lobby anglo-indio del acero acabó devorándonos la siderurgia integral (sin poner ni filtros a cambio) o se esfumó la Caja de Ahorros ante nuestras narices en un inverosímil truco de naipes a lo Tamariz. Qué fue el afortunado PERI de El Llano sino un pelotazo bien tirado que cambió las chabolas de La Cábila por un Pryca subterráneo, con gran éxito de crítica y público. 

En materia de estadios de fútbol, el espejo al que mirarse por aclamación es el nuevo San Mamés. La última pieza del puzzle urbanístico que Bilbao empezó a componer hace 25 años, no sin contestación interna, con rechifla incrédula y augurios de bilbainada. En el mismo Bilbao cayó Euskalduna y al cabo levantaron el Guggenheim. Aquí en Pando cerró Naval Gijón y ahí sigue el solar. Y lo que le queda. Hay un miedo cilúrnigo al riesgo transformador, un negacionismo paralizante que parece un virus pero va a ser sicosomático, pues en relación con el Sporting al menos, el pelotazo ya se dio en verano con el relevo en la propiedad. En la portería de la Plaza Mayor, el balón entró por la escuadra.

La Nueva España.

Octubre de 2022




Un Erasmus en Oslo, o en Pontevedra

Para entrar en coche en Oslo ya pagabas peaje hace un cuarto de siglo largo, con cabinas de cobradores y barreras de levantar, como en el Huerna. Te perdías buscando el hotel o una cabaña nórdica en el camping Bogstad, te salías del centro por error y para volver a entrar te cobraban otra vez. Uno de esos gobiernos progresistas sin presumir que mantienen a Escandinavia 50 años por delante en el tiempo en casi todo, apostó en 2015 por hacer de la opulenta capital noruega la primera en Europa con su casco urbano libre de coches. Y no fue fácil. Hubo de hecho ampliación de plazos en el calendario para apaciguar a los colectivos más disconformes, con la oposición política abonando esa inquietud endémica que anida en el gremio de comerciantes.

El tono de la protesta cayó cuando el Ayuntamiento optó por el regate en corto y una vía menos drástica, la desalentadora: suprimió los cordones de aparcamiento en las calles, pioneros también en lo de la ORA, y los cambió por carriles bici. El tráfico en Oslo ya roza el cero en los balances anuales de atropellos mortales y accidentes graves. La ciudad se mantiene en cabeza en todos los indicadores de calidad de vida, desarrollo económico e integración social, pese al frío y los precios. Apenas una minoría (digamos ultramontana) discute aún que el futuro inmediato en los grandes núcleos de población dará prioridad a las personas en detrimento de sus trastos rodantes.

Hará 30 años, cuando los ensayos de peaje de entrada a las capitales nórdicas nos chocaban más que un concierto de timbales, en Gijón no se habían disipado los negros augurios por el porvenir de una calle Corrida sin coches -primer experimento peatonal-, pues quién iba a comprar en sus tiendas o alternar en sus cafés sin poder llegarse hasta la puerta aparcando justo delante, como cuando Antonio Miguel Albajara se apeaba de aquel taxi negro con la raya verde y se quedaba mirando embobado a la cartelera del Robledo. Avanzando en el nuevo siglo del tercer milenio, docenas de ciudades en Europa siguen la estela del norte apostando por lo que algún tecnócrata friki dio en llamar ‘movilidad sostenible’, cuando más preciso le habría quedado explicarnos que, por saturación actual y supervivencia futura, el concepto de urbanismo enfocado a las necesidades del parque automovilístico se acabó, señoras y señores. Por mucho que la influyente Asociación Nacional del Coche se empeñe en lo contrario.

La división motorizada de Alvargonzález Contratas, con infantería de apoyo devolviendo a marchas forzadas el Muro de San Lorenzo a la casilla de salida, retrata estos días una derrota general, sin vencedores y con vencidos. Puede que haga falta un Erasmus en Oslo (o ya aquí en Pontevedra, sin ir más lejos) para que la municipalidad en pleno a derecha e izquierda, los estrategas que desde el funcionariado local pergeñan y en general la ciudadanía -los lobbys interesados y los altruistas, los colectivos vecinales, los gremios y asociaciones- se informen de lo que viene sobre el terreno. Que se empapen de conocimiento allí donde anticipan estrategias para mejorar la vida de la gente sin esperar a que pase el coche escoba. Porque el Muro sin coches lo vamos a ver más pronto que tarde, como cualquier paseo marítimo en media Europa. Suponiendo que el deshielo polar no se lleve antes los coches y los paseos en la misma mareona.

Llueve sobre mojado en Gijón con su urbanismo a lo Penélope, todo el rato tejiendo y destejiendo, como el quiosco de la música de Begoña. Es el gusto por el remiendo a golpe de ocurrencia, entre la plausible y la abominable; con las costuras legales a medio hilvanar y una exposición permanente al pleito: la depuradora, la regasificadora, el cascayu de la pandemia, un plan especial en el Piles, el General de Ordenación al completo… y todo quieto parao. O esa manía de no empezar las cosas por el principio y poner el carro delante de los bueyes, pues antes de quitar coches del Muro podíamos haberla emprendido con los que dejan tirados a diario en cada esquina de cada calle de cada barrio. Sin recurso que prosperara contra la grúa retirándolos a destajo, al amparo del Código de Circulación en vigor.

Tenemos en el cantón milenario una rara evolución en materia de contestación ciudadana. No se había inventado aún la sostenibilidad medioambiental cuando el vecindario de Cimavilla se movilizaba hace 30 años por la integridad del arbolado del Campo Valdés, con frondosos ejemplares bajo amenaza de motosierra en favor de una losa para exhibir las termas romanas. Hoy no se mueve un alma en defensa de un árbol. Al contrario, puede que pregunte por el Juzgado de guardia para recurrir presto contra el oprobio de escamotearnos una avenida entera, con sus dos carriles de tráfico hacia El Molinón y otros tantos de aparcamiento, para sacarse de la manga un trozo de parque.

Empieza en Gijón el verano del año 22 del siglo XXI con una imagen elocuente: la fresadorona de la contrata de mantenimiento rascando líneas de pintura en el asfalto de Rufo García Rendueles con armoniosa cadencia de ruido y polvo en suspensión, que son asignaturas a convalidar en un Erasmus verde. Otra que nos queda pendiente es la del despilfarro. Visto con perspectiva se echa de menos alguna toga diligente, bien procediendo de oficio o a instancia de parte, cada vez que aquí se tira o se cierra una estación de tren, se reemplaza por un apeadero o, todavía en el limbo de un papel, se cambia de sitio por un quítame allá doscientos metros. Lo que toda la vida llamamos echar tiempu y tirar les perres.

La Nueva España

Julio de 2022

Rapsodia en rojo

Haciendo tiempo ayer por la tarde, en pleno gabinete  de crisis, un dilecto amigo mío me ponía en conexión con Billy Wilder y extraía de ‘Primera Plana’ el título ilustrativo de la tensa espera que anoche se vivió en Mareo. Un titular a toda página con caracteres de generoso cuerpo, rotundos e impactantes: ‘Rapsodia en rojo.

Hildy Johnson tenía a su novia esperando en el taxi, al condenado Earl Williams escondido en el escritorio del poeta Bensinger y a su jefe echándole el aliento en el cogote cuando, sentado ante la máquina de escribir, se disponía a encabezar su artículo sobre un suceso de primera plana. Lo titularía ‘Rapsodia en rojo’. Mientras el sheriff manda a toda la Policía en busca de Earl Williams, que se ha fugado de la cárcel la víspera de su ejecución, el asesino inocente está escondido en un escritorio de la sala de prensa.

-¿Dónde mencionas el nombre del periódico?— le pregunta a Johnson el director del ‘Examiner’.

-Figura en el segundo párrafo— responde Hildy, hipnotizado, mientras aporrea con frenesí la máquina de escribir. El jefe arranca el folio de cuajo y lo hace un ovillo mientras brama, desesperado:

-¿Y quién diablos va a leer el segundo párrafo?

Son las siete y media de la tarde y estoy hablando de la fuga de Earl Williams a la espera de que en Mareo salga la primera plana. En las oficinas del Sporting acaban de inaugurar una sala de prensa  y yo me la imagino esta semana como la de la penitenciaría retratada por Billy Wilder. Hay un tropel de periodistas pendientes del teléfono para mandar sus crónicas de una ejecución, pero lo realmente bueno empieza cuando el convicto se fuga tras pegarle un tiro a un sicólogo freudiano en el bajo vientre.

‘Rapsodia en rojo’, titulaba Hildy Johnson. Suponiendo que en el cadalso vaya a correr la sangre, el título me vale, pero me falta llenar todo lo demás. Aquí no se sabe con qué nos sorprenderán en el próximo fotograma; con qué víctimas entrará en servicio el cadalso ni quién en el Sporting conseguirá escabullirse de los guardias y correr a encerrarse en el escritorio.

Espera uno la llamada telefónica que le permita empezar a procesar y, mientras allá arriba castañetean algunas dentaduras, los hilos argumentales se agolpan ante la máquina de Hildy Johnson. ¿Empezamos hablando del entrenador que van a echar? ¿Del que buscan y parece que no encuentran? ¿Del consejero delegado que llega vestido de general Sherman, a punto de incendiar Atlanta? ¿De dónde están esas famosas acciones de Calvo? ¿De las próximas elecciones municipales y autonómicas? ¿De lo que pensará Roberto Trotta de esta chocante situación?

Si Hildy Johnson tiene aún a su chica esperándole fuera, el taxista se estará frotando las manos. Tranquilos todos, la noche es bella y el taxímetro sigue corriendo.

La Nueva España, noviembre de 1997

Cajastur, un caso de ajuste de cuentas

El conflicto de la Caja de Ahorros se salda con un triunfo de los ‘guerristas’ frente al Ejecutivo que preside Vicente Álvarez Areces

Buena parte de la clase política asturiana coincide en que la crisis institucional abierta por el control de Cajastur se ha cerrado en falso. La batalla por la Caja se da por concluida, no así la disputa interna entre los socialistas, pues a pesar de la declaración de paz rubricada el miércoles por el secretario de organización del PSOE, José Blanco, muy pocos en Asturias apuestan por un entendimiento sincero. Las miras están puestas en el congreso que la Federación Socialista Asturiana (FSA) celebrará en noviembre, que dirimirá el control del partido. No ha pasado inadvertida la ausencia del secretario de la FSA, Luis Martínez Noval, en el armisticio escenificado por Blanco en Oviedo.El conflicto de Cajastur, protagonista de cuatro meses y medio de inestabilidad política en Asturias, se salda con un triunfo del sector mayoritario de la FSA frente al Ejecutivo que preside Vicente Álvarez Areces. La victoria de Rodríguez Zapatero -partidario de un apaciguamiento negociado- ha permitido a los guerristas de José Ángel Fernández Villa salir airosos del pulso sostenido con un gobierno de su propio partido, respaldado en las urnas por una mayoría absoluta.

Medios políticos y empresariales asturianos tratan aún de encontrar las razones de fondo de la crisis. Aunque para muchos resultara determinante la importancia que la Caja de Ahorros tiene como entidad financiera en la región, no pocas opiniones coinciden en que Cajastur sólo ha sido el primer escenario que el aparato socialista ha visto a su alcance para pasarle factura a Areces. Con casi un billón de pesetas de depósito en ahorros, la Caja es la primera entidad bancaria de la región y, hasta ahora, el principal aparato de poder económico para el Gobierno autonómico, por su influencia en el reparto de créditos y en el diseño de operaciones de tipo industrial.

La deuda supuestamente contraída era relativamente reciente: la formación del Gobierno del Principado por parte de Areces, sin consultar con la cúpula regional socialista. El entendimiento entre el sector mayoritario afín a Fernández Villa y los renovadores de Areces había sido una apuesta de ambos para recuperar el poder político en Asturias.

El matrimonio pareció ser sincero durante la campaña electoral previa a las autonómicas del pasado año, hasta que el idilio se rompió cuando, todavía festejando la mayoría absoluta, la dirección de la FSA se sintió ignorada a la hora de distribuir los cargos de consejeros. El presidente formó un gabinete de técnicos afines y antiguos colaboradores.

Al propio Areces se le considera ajeno a la estructura del partido. No en vano fue significado militante del Partido Comunista hasta que, en plena transición, abjuró de las ideas prosoviéticas y forzó una ruptura interna en el PCA. En 1987 protagonizó otro cisma, esta vez en el PSOE gijonés, cuya asamblea le llevó en volandas como candidato independiente a la alcaldía de Gijón.

La espoleta del conflicto se localiza tres días después de la derrota socialista en las últimas elecciones generales. Areces vio tambalearse entonces al grupo dominante en la FSA y creyó llegado el momento de tomar el control de Cajastur, forzando la salida del presidente de la entidad, Manuel Menéndez, mediante un decreto regulador de mandatos.

El origen del mal entendimiento entre Menéndez, el catedrático de Contabilidad que acaba de volver a la presidencia de la Caja, y Álvarez Areces es un enigma que da pábulo a las más variadas interpretaciones. Durante el reciente conflicto, el Partido Popular propagó la teoría de que Menéndez venía siendo desde 1995 un obstáculo para los intentos de Álvarez Areces de instrumentalizar la Caja, de la que fuera vicepresidente en su condición de alcalde de Gijón. No sólo el PP adjudica a Menéndez una férrea oposición a Areces en el llamado caso Mall, cuando la Caja concedió un crédito de alto riesgo a una inmobiliaria para un plan urbanístico en Gijón.

Al decreto del gobierno de Areces sobre la Caja se le llamó decreto anti Menéndez, aunque la FSA lo recibió como un desafío. Se trataba de un golpe de mano para controlar Cajastur, cuya nueva regulación por ley se negociaba desde enero entre el Ejecutivo, el Ayuntamiento de Gijón y los grupos políticos parlamentarios. No pasaron ni tres días hasta que el grupo socialista decidió presentar su propio anteproyecto de Ley de Cajas, que con el apoyo del PP aprobó el pasado junio.

La nueva ley evita el control del Gobierno sobre Cajastur, suprimiendo su capacidad para nombrar al presidente del consejo de administración. Los círculos políticos asturianos coinciden en que la mayoría guerrista acaba de ajustar cuentas con Areces.

Si antes del decreto de marzo a Menéndez le quedaban apenas unos meses para acabar su mandato en Cajastur, ahora tiene la presidencia de la Caja asegurada para ocho años. De cómo reaccione Álvarez Areces tras el revolcón político dependerá la vida política asturiana en los próximos meses. Anteayer, la crisis que José Blanco declaraba superada evidenció seguir abierta con la dimisión de la consejera de Hacienda, Elena Carantoña, en desacuerdo con la supuesta resolución del conflicto.

El País, agosto de 2000

Cantares de gesta y desfallecimiento

De algún bolsillo de su bata blanca sacaba el profesor Fidalgo un transistor a pilas, que colocaba sobre su mesa ante el encerado, con aire a la vez solemne y divertido. Paraba entonces la clase de Física y el aula entera absorbía aquella voz metálica de la radio conectada al Giro de Italia.

Cercano el final de curso, la clase de Física de José Antonio Fidalgo abría un paréntesis entre la Ley de Newton y los Dolomitas, donde un ciclista rebelde y antiguo llevaba cuesta arriba con el gancho a un tal Eddy Merckx, el mejor corredor de todos los tiempos. El transistor graznaba detalles de algún demarraje de José Manuel Fuente ‘El Tarangu’, aquel asturiano de Limanes empeñado en ganarle a Merckx un Giro de Italia cuando nuestros ciclistas -y nuestros deportistas, por extensión- eran unos esforzados valientes y pequeñitos que salían de España a competir con la élite de atletas, a perder el envite y a dolerse de algún imponderable.

El imponderable asociado a El Tarangu era un agujero gaseoso e imprevisible, un vacío repentino en el tanque de reservas que entonces se conocía como “pájara”. Las “pájaras” de Fuente, sus desfallecimientos alternados con gestas de escalador indomable, eran el sonido de la radio en los primeros años setenta, cuando los transistores a pilas aún paralizaban los talleres, las oficinas y las clases de Física. En las cunetas de las rampas dolomíticas, del Piamonte al Trentino, está escrita la leyenda de El Tarangu, que es un cantar de gesta del rosa al amarillo, entre el color del jersey de líder del Giro y el de la camiseta del Kas, aquel grupo coral con el que Fuente esquivó el papel de gregario y ganó dos Vueltas a España, las sobremesas en primavera y un hueco en los anales del ciclismo.

La televisión en blanco y negro, salpicada de interferencias con su rimbombante conexión a Eurovisión, nos regaló una tarde aquella película de suspense que empezó con la imagen de El Tarangu, majestuoso, subiendo en cabeza el Stelvio. Al fondo, en el otro extremo de una serpentina de curvas en perspectiva, un punto lejano se iba acercando por momentos. Crecía metro a metro, se convertía en la silueta de un sabueso sobre ruedas y resultaba ser Eddy Merckx, con sus ademanes de caníbal insaciable, su golpe de riñón y su olfato de cazador de pájaras.

La Nueva España, noviembre de 2002

                                                                 

A la cola

No hay estación de autobuses y la ferroviaria es como un apeadero de juguete. Un túnel inundado que no va de ninguna a ninguna parte -ni pinta de ir que tiene- atraviesa el subsuelo. No funciona el saneamiento de aguas en la cuenca este, tres décadas después de aprobado un plan integral. Hace casi 20 años que cerró Tabacalera y ahí sigue la grúa, en lo alto de Cimavilla, y lo que le queda. No mucho después cascó Naval Gijón, dejando un solar que da entre pena y grima, como al otro lado la fachada marítima entre el Piles y el Rinconín. La antigua escuela de Peritos, que por una ocurrencia echaron abajo, es ahora otro solar disfrazado de aparcamiento de pago. La espantosa doble alineación de edificios en la calle Jovellanos se consolidará pronto con un remozado adefesio urbanístico (otro) bendecido por la oficina municipal del ramo. Se habla de movilidad sostenible y tal y cual, pero los coches siguen tirados en cualquier esquina a todas horas, laborables y festivos, y eso que hay afán recaudatorio. La asistencia sanitaria pública empeora cada día, empezando por Cabueñes, donde no se mueve un ladrillo de la cacareada ampliación que era tan urgente. Hay otro cacareo recurrente sobre la dichosa sostenibilidad medioambiental, pero los barrios y parroquias del oeste siguen como toda la vida: respirando polvo de chimenea. Con la complicidad necesaria e imprescindible de sucesivos gobiernos municipales (y la oposición instalada en la inopia), el Sporting lleva un cuarto de siglo en manos de cenizos, ponderando la gestión.

Hasta que un día, Gijón reacciona. Se levanta la ciudad al toque de clarines y se pone a la cola de firmar por lo de la feria taurina de Begoña, contra el totalitarismo. Que por algún sitio hay que empezar a sacudirse de encima la desidia y recuperar el progreso. Y a clamar por la libertad.

Diario Virólogo

Sábado, 21 de marzo

Como el inspector Renault de ‘Casablanca’ con su ¡Qué escándalo, aquí se juega!, la ciudadanía recluida ha descubierto la picaresca asomándose a la ventana. Está además esa otra ventana virtual, la de los foros hirvientes, para fustigar a modo a los pícaros y maldecir a los tramposos, enarbolar la bandera del civismo y matar el rato mandando a desfilar cafres bajo las horcas caudinas.

A los falsos lazarillos, a los paseantes ociosos, los bañistas y corredores reincidentes, los acaparadores de supermercado… a esas familias en caravana de fin de semana rumbo a la playa no los trajo ninguna alerta de virus. Convivimos de siempre con la pandemia del que contamina la convivencia ciscándose en el Código de Circulación, el que aparca delante del vado o lo deja en la acera, el que pedalea en zona peatonal, el que baja la basura el sábado por la mañana, el que no dobla el cartón y lo apila ante el contenedor, el que no recoge el cagayón de su más fiel amigo, el que pintarrajea muros o mea en los portales, el que baja fumando en el ascensor, el que jamás en la vida tiró de la cadena, el que va de verbena y deja en la playa los restos del botellón… que ya vendrá a limpiar el Ayuntamiento.

Antonio Ozores y Tony Leblanc ya entraban de gorra al Bernabeu hace sesenta años con la barra de hielo al hombro. Mucho antes de que entráramos nosotros en alerta sanitaria se requerían comités de torquemadas para fustigar a diario desde las ventanas, la de la calle y la que da a la red social. En esta atmósfera paranoica de enemigo invisible a las puertas concurre si acaso un atenuante que no ha lugar en tiempos de calma: cuando el egoísmo es hijo del miedo y hermano de la ignorancia.

Jueves, 2 de abril

Londres abrió al público en 2005 la guarida de guerra de Winston Churchill. Añadió a su Museo Imperial de la Guerra los sótanos de Whitehall, donde el líder de la resistencia contra los nazis se encerró bajo una losa de hormigón con su plana mayor, su esposa, el técnico de radio y unas cajas de puros. En los meses de la ‘blitzkrieg’ apenas se salía de aquel agujero para evaluar los daños del bombardeo anterior, contar las bajas y retirar escombros.

Una visita turística a las ‘Churchill War Rooms’, justo antes de este otro encierro por ofensiva de virus (forzoso también, pero ahora con iPhone y banda ancha), te llena el depósito de moral para tres cuarentenas. También te pone en tu sitio en la historia de la humanidad, con tu insignificante cuota en el reparto de calamidades. De los túneles subterráneos de Whitehall añoras hoy los discursos balsámicos de un aclamado estadista, y más aún la determinación de 40 millones de personas para enfrentarse a la amenaza exterior como una piña. Asumiendo que ante una grave emergencia -ya caigan bombas o se propaguen virus- siempre habrá errores de improvisación, como en Dunkerque, y negligencias como la fallida operación Market Garden.

Aún no había acabado la guerra en el Pacífico cuando sir Winston Churchill perdió las elecciones y su cargo de primer ministro, a mediados de 1945. La campaña de la oposición laborista se había centrado en agradecer al candidato conservador su decisivo liderazgo en la guerra y postularse para reconstruir el país en la paz. Antes como ahora, hay sociedades civilizadas capaces de hacer un paréntesis en su maldita costumbre de repartirse garrotazos. Vecindarios que cuando suena una alarma dejan de discutir y se ponen a buscar la boca de riego, porque se ha declarado un incendio.

Domingo, 5 de abril

De repente, todos éramos íntimos de Aute. Todos, especialistas en su carrera y proselitistas de su arte. Coleccionistas de sus discos, lectores de sus poemas, expertos en su pintura, admiradores de su persona. Sus veinte o treinta canciones excepcionales sonaban a diario en los bares, se interpretaban en los conciertos, quemaban los reproductores multimedia; los analógicos y los digitales. De Internet se descargaban archivos por miles.

Las radiofórmulas abrían ventanas de Aute a las medias en punto, entre tunda-tunda y reguetón. Hasta que el cuerpo aguantó, no dejó de hacer bolos en televisión. Desfilaba por todos esos programas de cultura y espectáculos con su guitarra acústica y su voz analgésica, en horario de máxima audiencia.

Miércoles, 8 de abril

Adelfa cumplió años en febrero. Ochenta y cuatro. Con una enfermedad pulmonar crónica, alterna desde hace tiempo los antibióticos y la planta de neumología de Cabueñes, pero en su cabeza sigue funcionando un reloj de precisión. Enviudó el año pasado, a principios del verano, y desde entonces vive sola por elección propia. Mañana hará un mes que se anticipó al toque de queda y se encerró en casa, con la agenda de teléfonos como recurso analógico contra el distanciamiento social.

A diario intercambia con hijos y nietos el parte de novedades. Se quedó de pronto sin su paseo matinal para hacer la compra por el barrio, y sin el de tarde a la partida de parchís. Está sola en casa, como Macaulay Culkin, pero ella no tiene a dos rateros fuera queriendo entrar; su miedo es poner la tele, esa pantalla amiga donde antes todo era evasión a base de novios de María Teresa Campos, y ahora le sale Spiriman anunciando el Apocalipsis.

Media vida de Adelfa hoy es el vecindario. Son Geli, Miri, Luis, Marijose… todas y todos sintonizando Radio Patio, pendientes de si quiere que le vayan por el pan, si tiene basura que bajar, si le pican al timbre y le dejan a la puerta unas rosquillas caseras. En este encierro forzoso que nos van prorrogando a plazos, como las letras de una hipoteca, el portal de mi suegra representa mejor que nada a la sociedad civil, esa cosa abstracta que suele estar rellena de dignidad y empatía. Gente que se carga la mochila a la espalda y tira palante mientras los notables, con sus voceros mediáticos a sueldo, se van parando en el camino a tirarse la mierda por encima.

Martes, 14 de abril

Tenemos una bici estática del siglo pasado presidiendo el salón, como una escultura moderna en medio de una rotonda. Le estamos quemando el cuentakilómetros por culpa de Ana Belén, que lidera la general, las metas volantes, la regularidad y los sprints especiales. Si pedaleara por carretera en vez de confinada mirando al televisor, ahora estaría entrando en Helsinki, rodeada de calvinistas austericidas.

Deberíamos habernos deshecho de ella (de la bici) tras quince años aparcada en el desván, pero por una vez no se cumplió la inexorable ley de Murphy, de modo que el trasto me está salvando este encierro drástico y prorrogable, y la debida obediencia al servicio de Atención Primaria del SESPA, que dictamina ejercicio diario como para un pelotón de marines para mantener a raya la artrosis, la diabetes, la hipertensión… todas a la vez para quienes no nos privamos de nada y ahora no nos dejan salir a la calle sin bolsa de comprar.

Algún James Stewart ocioso de ventana indiscreta ha visto a Mariano Rajoy por ahí sin bolsa, ni perro ni nada. En chándal y zapatillas de deporte, pero sin ninguna pinta de estar yendo al Pryca a tirar del carro. Tantos años de servicio y no le quedó al hombre (a Mariano) ni para una bici sin ruedas, aunque fuera de segunda mano.

Miércoles, 15 de abril

En casa somos de toser, entre asmáticos, nerviosos y mediopensionistas. Tanto como al cabronazo de virus le tememos a un inoportuno acceso repentino, un estornudo alérgico, un moqueo rinítico en alguna descubierta de comando de acción rápida al supermercado, donde la cajera embozada todavía te sonríe con los ojos, mes y pico después.

Por muy al codo que apuntes, una tos de ácaro, un carraspeo de gramínea estacional en estos procelosos tiempos te pueden costar una denuncia anónima o un vídeo rulando por las redes. El repudio social. Alguna noche sueño que toso en seco en un vermú musical entre balcones; me viene a detener una patrulla y me despierto en un pabellón de feria, declarando ante el jefe de guardia de ‘La Naranja Mecánica’. Me enchufan unos cascos y suenan trescientas versiones de ‘Resistiré’ (la de Bisbal repetida, si la hubiere) hasta que me derrumbo y confieso dónde, cómo y cuándo me contagié.

No veo llegar el día en que abran otra vez los bares. No ya ante la perspectiva de volver al ‘Blackbird’ y parapetarme frente al barril de ‘Guinness’ hasta que el grifo ni gotee, sino por lo que los chigres en general tienen de mentidero. Por saber si tras la somanta de palos que se están repartiendo en las redes sociales está la gente de carne y hueso, o en realidad la gente no gasta ahora tiempo ni energía en soltar bilis por el móvil. Bastante tendrá con salir a flote y agarrarse a la vida.

A mi optimismo empedernido me agarro yo, más aún desde anoche. Me tocó bajar la basura y al regreso del contenedor pisé una consecuencia de confinamiento prorrogado, con forma y textura de zurullo. Necesité guantes, mascarilla e hidrogel desinfectante, y no me hubiera venido mal una escafandra de la NASA para limpiar el zapato, con su suela de neumático de lluvia. Mientras escarbaba le agradecí el gesto a la dueña del dogo alsaciano, pues es sabido que pisar mierda da buena suerte, a expensas de que los comités científicos lo avalen.

 Viernes, 17 de abril

Vimos anoche ‘Le Mans 66’, que es larga y entretenida. De factura impecable, con un punto grotesco en el gesto avinagrado de Enzo Ferrari y en la sonrisa cínica del ejecutivo de la Ford que telefonea a escondidas para boicotear a su propio piloto. De Harry Lime a la enfermera Ratched, no hay en el cine historia que se precie sin un malo de manual, de esos que cuando la película acaba ya ni te los crees. Hasta que afuera suena un timbre, te despierta y es la realidad.

Figuraba en el guion inicial de esta alerta virológica que esperaríamos a que escampara para preguntar a los malos de la película (unos cuantos aplaudidores de las ocho, entre ellos) si en adelante volverían a presentarse en Urgencias con un catarro o una uña rota, a gritarle al celador el manido ¡que yo te pago el sueldo! poniendo cara de gañán, o a ofrecerle de hostias a la médica de triaje porque hay mucho que esperar a que atiendan. Hasta que un golpe de realidad -siempre superior a la ficción, por defecto- aparece en plena crisis, en forma de pintada en el coche y de folio anónimo en el portal: el vecino grotesco, el malo Malasombra sugiriendo que haga el favor la del virus y se largue a vivir a otra parte.

A medida que avanza la película vamos retocando el guion, como el mito aquel de ‘Casablanca’. Todavía no tenemos claro el final, ni el metraje siquiera, pero ya intuimos que de regreso a la normalidad (si la normalidad vuelve y no se da a la fuga), tan urgente como apuntalar el sistema sanitario o ampliar las coberturas sociales será ponerse de una vez en serio con la Educación. Una vacuna eficaz contra el egoísmo analfabeto, que se contagia como el peor de los virus.

Sábado, 18 de abril

-¿La merluza está durina?

-¡Sí, muy fresca!

La respuesta a una señora mayor que escruta el género desde media distancia, cuando le dan la vez, lleva implícito un estado de alarma. Tres palabras lacónicas de improbable economía en época bonancible, cuando las pescaderas de tu Alimerka de proximidad amenizaban la compra dando palique a la clientela y tirando de salero. Tú preguntabas por la tersura de su pescado (y no hablemos ya de moluscos bivalvos) y te caía alguna comparación digna del arraigo más playu de Cimavilla.

Está fresca como qué se yo, la merluza en la pescadería, y en la sección de carnicería -a la otra mano, según se entra-, la dependienta responde risueña con un solvente ‘sí’ a la pregunta de si tienen solomillo falso. Confesaré que de vuelta en casa, una vez fumigado, entré en Google a cerciorarme de que lo del ‘solomillo falso’ no era un ‘fake’. Consecuencia de haberme aprendido las partes de una vaca no hace mucho, mirando una taza de Homer Simpson.

Llegando al obrador de panadería a por mi panchón alemán (ya me perdonarán el desapego antipatriota), la mayorina de la merluza durina se me revela a medias entre un Virenque a rueda de Indurain y un marcaje de San José a Ferrero. Marcaje hombre-mujer, o viceversa en este caso, como los que decía Bert Jacobs que le gustaban más. Ella me pisa los talones por medio supermercado, con su ffp2 reutilizable a medio poner, hasta que a duras penas puedo soltarla en el pasillo final. El truco de hacer la goma pidiendo la llave de la vitrina del vodka.

En caja no quiero bolsa, que ya llevo yo. Afuera dobla ya la esquina una hilera de compradores pacientes y separados, todos/as mirando el móvil menos dos impacientes nerviosos que hacen cardio con aspavientos. Por la acera de enfrente camina un joven papá flanqueado por un niño pequeño y un carrito de compra. El carro pasa desapercibido, pero el niño llama poderosamente la atención. Media docena de paseantes con sus mascotas se le quedan mirando, boquiabiertos tras sus ffp1 desechables, como si acabaran de cruzarse con un marciano.

Lunes, 20 de abril

No hay alcohol. Me recuerda a la escena inicial de ‘Con faldas y a lo loco’. El tiroteo en Chicago entre una patrulla de la Policía y un furgón mortuorio que se dirige “al funeral de la abuelita”, hasta que de los agujeros del ataúd brotan chorros de whisky de contrabando. En esta ley Seca de ahora no falta el whisky, pues en cualquier lineal de bebercio tienes hasta un Lagavulin de 12 años para elegir. Lo que desde hace mes y pico no encuentras ni cavando es alcohol de 96.

O rebosan en media ciudad los armarios de baño, listos para el estraperlo o para ponerse a desinfectar hangares con rollos de papel higiénico, o el jodido virus se habrá comido las destilerías del país. El caso es que acabaremos aceptando whisky como desinfectante, y pulpo como animal de compañía en plena llamada al distanciamiento social. Podríamos requisar el Alambique Veloz de ‘Autos Locos’, nacionalizarlo y ponerlo a producir alcohol para combatir el desabastecimiento, pero cuidadín. No vaya a ser que Lukas el granjero y el Oso Miedoso se lo cuenten a El Mundo y salgamos mañana en portada, acusados de comunistas.

No hay alcohol, pero van a rular ya unos 250 millones de mascarillas, arriba o abajo (el ‘arriba o abajo’ expresa doble aproximación: en el número de millones y en dónde nos las ponemos). Ahora que mandan los datos, la fría elocuencia de la estadística, veremos pronto en los telediarios infografías con porcentajes de uso de mascarillas-placebo, que no frenan gérmenes patógenos pero sí la neurosis. Las que tocamos y retocamos con la manona porque nos pica; las que llevamos con toda la napla al aire; las que bajamos al cuello para dar novedades, como cuando el doctor Kimble salía de hacer una angioplastia…

Y luego están las mascarillas-Armani. Diseño exclusivo de alta costura, desechables, a 9,95 la unidad.

Martes, 21 de abril

Parecía surrealista, pero lo de dejar que salgan los niños para ir al banco es de ‘Mary Poppins’. Mister Banks decía que de paseo hay que ir pero a lugares instructivos, y a sus dos hijos los llevó a conocer el Banco Dawes & Grubbs de Ahorro, Crédito y Seguridad (el nombre completo). Como lo que hay que saber es hacer fortuna -nada de gastar en dar de comer a las palomas- el viejo zorro Dawes le birló al pequeño Michael sus dos peniques para invertirlos en obligaciones.

Si en la época de Mary Poppins, o de Maricastaña, era instructivo ir al banco, pronto será imposible, con niños o sin ellos. Está el sector financiero acabando de modernizarse para que no se te ocurra pisar una sucursal, suponiendo que vaya a quedar alguna abierta. Hubo un tiempo en que cerraba una tienda y abría un banco, pero ahora cierra el banco, o insinúa que ni te acerques, que no les des el coñazo que están especulando para ti. Pago de recibos los martes de 9 a 10; reintegros en caja, hasta las 11; desentrañar las comisiones que cargan, por teléfono o vuelva usted mañana. O el mes que viene. Y si tiene usted 70 años y lleva 40 con nosotros pero no se maneja con Internet, haber estudiao Informática. 

El decreto que iba a abrir la desescalada infantil, tras mes y medio en casa escalando los sofás, confirmaba que el Gobierno, lejos de hundir España adrede, como anda proclamando Olona con su mordaza de alférez de Infantería, está absorbido por el sistema. Hoy te iba a mandar a desescalar niños al banco (Santander de Ahorro, Crédito y Seguridad), al Carrefour a aprender compra compulsiva y a la farmacia a preguntar si habrán llegado ya las dichosas mascarillas. Pasaban de las 9 cuando el ministro Illa (Villa maravilla) salía a interceptar otro amago de cacerolada con cara de Mary Poppins, aquella bruja adorable que hasta al banquero acabó convenciendo de que no hay nada más sano que ir al parque, a volar una cometa o a montar en tío vivo con un deshollinador.

Miércoles, 22 de abril

Soy poco dado a la adoración. Me sobrarían dedos para enumerar a mis ídolos -empezando el recuento por Billy Wilder, que es único y verdadero- y se me van escurriendo de la vida los últimos, dejando un poso alegre en la memoria y un peso amargo en el corazón.

A Marcos Mundstock lo tengo sentado a la derecha de dios Wilder desde hace cuarenta años, mal contados, cuando en la cartelera del Alcalá Palace colgaban el nombre de Les Luthiers y medio Madrid todavía se paraba a preguntarse qué tocarían aquellos franchutes tan elegantes. Con dos cholulos adelantados (como don Rodrigo Díaz de Carreras), en la pandilla ya éramos unos luthierómanos irredentos a finales de los setenta. Unos con otros recitábamos los cuatro primeros discos de la CBS de memoria, como los de ‘Fahrenheit 451’ se aprendían libros enteros, por si los iban a quemar.

En quinto de luthieratura, sacando ya el doctorado y en trance de dispersarse la banda cholula, alguien corrió la voz de un nuevo doble disco en directo (entonces no eran álbumes ni horteradas, eran elepés). Recuerdo haberlo comprado en Discoteca, en formato doble cinta, y haber quemado ambas, vuelta y vuelta sonando a tres turnos en el radiocasette del R-5. Abría el vozarrón de Mundstock preguntando si usted, que está acostumbrado a que los hombres lo respeten y las mujeres lo adddddmiren, nos puede decir cómo hace, y cerraba, igual de circunspecto, introduciendo una cantata del folklorista Cantalicio Luna, ¡fueeeeeeraa… de programa!

Llevo 40 años amarrado a la certeza de que ‘Mastropiero que nunca’ (Les Luthiers, estreno en Buenos Aires, 1977) es el mayor derroche de talento artístico que jamás escuché, en lengua castellana y parte del extranjero.

Hasta siempre, maestro. Le das recuerdos a Daniel.

Jueves, 23 de abril

Me acuso, padre, de leer pocos libros. Confieso que apenas un par de docenas al año, y no suelen ser novelas, por falta de dedicación. La última montaña de ficción que escalé habrá sido ‘Stoner’, de John Williams (el músico no, otro), por recomendación de Rafa Gutiérrez, que tiene mucho ojo para La Buena Letra y no falla una. La mitad de las veces que habré entrado en Paradiso, ni bajaba la escalera, salvo para saludar a Chema y subir otra vez a fozar como un suido en la misteriosa esquina de los discos, donde no hay sitio para casi nada pero de lo bueno tienen casi de todo.

De los devoradores de libros (tengo uno en casa que se llama Pablo, que en dos décadas se habrá leído ya lo que yo en diez reencarnaciones) envidio a los lectores de transporte público; gente de orden (mental) que se abstrae en un vagón de metro en hora punta camino del curro, con su tocho en la mano, mientras yo me concentro a duras penas en agarrarme a la barra sin dar bandazos, en no pasarme de estación o en recordar si es en curva.

Bien es verdad que antes de que, por causas laborales, tuviera que ponerme con la saga familiar de Valeria Santaclara, yo era ya consciente de las filigranas que Laura Castañón fabrica con el lenguaje, a fuerza de no faltar a la cita con sus columnas de prensa, y de que Miguel Barrero, Ricardo Menéndez Salmón y alguno/a más son internacionales de la cantera, titulares indiscutibles.

En este raro San Jorge confieso un vicio acentuado con el tiempo, que es precisamente mi víctima. Mato el tiempo por placer, el de no hacer nada. La última vez que delinquí fue con premeditación y alevosía, justo antes de esta pena de reclusión mayor revisable. Ocurrió en Londres, en uno de esos museos  que los ingleses te enseñan gratis para que calcules todo lo que fueron saqueando por el mundo. Me reencontré allí con la Venus del Espejo, ante la que otra vez me quedé como un pasmarote (guardando el metro y medio de distancia social). Esta vez no me entretuve tanto con Venus como con Cupido (y aquí recorto el culo más famoso del Siglo de Oro, por lo del algoritmo de Facebook). Fue un cuarto de hora mirando al angelito rechoncho que el tal Velázquez despachó con cuatro brochazos, en mil seiscientos y pico.

Viernes, 24 de abril

Un viejo camarada murciano, el Pernales -¿quién no tenía entonces un apodo y algún conocido de Murcia?-, se adelantó en casi medio siglo a la doctrina Trump. Su habitación en el colegio mayor tenía otro mote de inspiración neoyorquina: era la Discoteca 431, donde el vecindario estudiantil también se adelantaba al futuro algunos viernes, empleándose a fondo con el botellón. Una noche de copas y cantautores, la botella de Larios se acabó por sorpresa, quedaba aún Coca-cola y, con las tiendas open24 y lo del deliveroo todavía lejos de explotar (en el doble sentido), Pernales ofreció su cuerpo a la ciencia empírica, preparándose un cubata de Brummel.

Bajo un tablón de corcho con el póster desplegable de Adolfo Suárez -en precampaña por entonces, para devolvernos a la fiesta de la democracia- se metió el camarada murciano unos lingotazos de combinado a base de aquella colonia tan popular entre el pijerío de la época, que solo era para hombres a los que les gusta sentirse especiales y no descuidan ningún detalle.

Me acordé esta mañana del cubalibre de Brummel del Pernales, viendo Aruser@s (lo veo a menudo, lo confieso e imploro vuestra indulgencia, entrando como estamos en otra prórroga de confinamiento). Salía el vídeo de Donald Trump sugiriendo a la Ciencia un tratamiento contra el coronavirus a base de inyecciones de alcohol desinfectante en el cuerpo. En las imágenes de su conferencia de prensa se ve a la doctora Birx, coordinadora de estrategia de la crisis en la Casa Blanca, con aspecto de estar viviendo la experiencia de Julia Roberts en la ópera, haciendo de Pretty Woman: mearse en las bragas.

En la imagen adjunta vemos a un vecino del Pernales, el de la 426, comiendo un ‘phoskito’ en compañía de Adolfo Suárez, la noche del experimento pionero. El anfitrión no está porque había ido al váter a echar las potas, completamente pedo pero desinfectado a fondo y limpio de virus. Cómo iba él a imaginar que acabaría inspirando a un presidente, y no a Suárez, al de los mismísimos Estados Unidos de América desde noviembre de 2016, con sus 63 millones de votantes.

Domingo, 26 de abril

En el piso de la calle San Luis había fresquera y una cocina de carbón con fornicu, como la que Jerónimo Granda describe muy didácticamente. Tenía un pasillo largo como para echar unos cuadrinos, aunque el área recreativa por excelencia era la alfombra de rafia de la salita, donde los indios atacaban el fuerte los días pares y los impares saltaban al campo cromos de futbolistas. Ellos jugaban un partido y tú lo retransmitías poniendo voz de Matías Prats padre.

No entró en casa la televisión hasta México-70, que nos dejó grabados el brazo en cabestrillo de Beckenbauer y el gol de Pelé que nunca metió Pelé. En la calle se jugaba a las chapas o a la cuerda, al escondite lerite y al cascayu con una lata vacía de betún. Pasaba un coche o ninguno cada media hora. De la panadería La Figar, donde Industrial Zarracina, llegaba el aroma de unas medias lunas a las que ningún chef de concurso de cocina ha sabido dar continuidad en el tiempo. O no hay constancia al respecto.

De la existencia de sicólogos tampoco tuvimos constancia hasta que Woody Allen nos fue poniendo al corriente de sus neuras de toda la vida, como cuando veía a sus padres con gafas redondas y el bigote pintado de Groucho Marx. Todo lo contrario que en vísperas de este 26 de abril, primer domingo de Desescalada, que las jóvenes generaciones tal vez conmemoren en el futuro como día de la liberación.

La división de Sicología Pediátrica en pleno desfiló estos días atrás por los telediarios de España con un manual de recomendaciones para amortiguar frustraciones y traumas, ante el anuncio de inminente contraofensiva infantil para ocupar los parques, hasta ayer territorio canino. Entre llamadas a la proactividad y a mantener el ritmo circadiano, las imágenes de fondo eran recursos de niños y niñas brincando en el sofá, haciendo mecanos y teledeberes o jugando a recorta, pega y colorea. Un encadenado de vídeos con control parental previo, es de sospechar, pues en el muestrario de postureos casi no había videojuegos, cuando los maratones de PlayStation están siendo sustento anímico del encierro, en casa del vecino y en las de toda la élite confinada y ociosa del deporte internacional.

Los sicólogos valorarán esta noche el impacto emocional de salir a pasear por la playa en primavera con papá o mamá y sin perro, o de echar a correr en patinete por Begoña, sin ancianos reumáticos que asustar. Completa y detallada información de servicio sobre la pandemia y sus efectos, con alguna laguna pese al despliegue sin precedentes: no actualizan en tiempo real la cifra de intoxicados con lejía en el Far West, y a esta hora no sabemos qué habrá sido de Kim Jong Un. Ni de Cayetano Martínez de Irujo, que siente “mucha angustia, incertidumbre y confusión”, confinado en su cortijo de 1.600 hectáreas.

Lunes, 27 de abril

Hilvanar ya sabía, pero en cualquier prórroga de confinamiento (o destierro opcional, que ya no descarto) pienso aprender a coser. Lo que no tengo decidido es si mi tiempo entre costuras empezará pespunteando mascarillas contra el virus contagioso o banderas que contagien el patriotismo, que según algunos conspicuos es lo que urge ahora, para ir frenando a la hidra bolchevique a golpe de titular de portada.

Mi bandera colgará por la ventana hasta rebasar el piso de abajo, y se lo aviso ya a la vecina, porque el crespón de luto va a ser enorme también, para hacer sitio a la memoria de los fallecidos en esta desgracia y en las de otra índole. Perdí a mis padres hace más de 15 años, en apenas un mes, víctimas de enfermedades sin vacuna y sin telediarios monográficos: el alzheimer y la arterioesclerosis. En el crespón de la bandera tiene que haber sitio para el jodido cáncer, que no me rozó por ahora pero diezma desde hace siglos sin discriminar en edad ni condición.

No va a faltar tela negra para el medio millón anual de muertos por malaria (más de la mitad, niños menores de 5 años), ni para los que se lleva el sarampión o el SIDA, que como ahora se recuentan mayormente en la lejana África se nos habían pasado. Una esquina del luto quedará para los que, sin haber contraído ningún virus, mueren, murieron o morirán de hambre, confinados en una chabola y sin haber salido a la panadería. Para los que tampoco pudieron despedirse ni ser despedidos porque están en el fondo del Mediterráneo, o en algún suburbio de Alepo todavía sin desescombrar.

Mientras hago acopio de tela voy hilvanando convencimientos livianos: este Gobierno lo ha hecho mal sin paliativos (su estrategia en materia de comunicación infunde lástima); otro gobierno que yo me sé lo hubiera hecho igual de mal, pero sacando pecho. Y alguno que usted y yo imaginamos habría sacrificado desde un principio nuestros pulmones en el altar del IBEX 35. Y eso sí que no. Mis pulmones, mis bronquios, mi maltrecha garganta y mis narices infladas a duras penas sobreviven, supeditados por defecto a los combustibles fósiles en la lista de prioridades de los administradores públicos. Y de los privados. Y de las fuerzas políticas, sociales, sindicales y demás familia, quitando a Fruti Pontigo y unos viejos verdes que llevan media vida envueltos en otra bandera, dando voces en castañéu.

Miércoles, 29 de abril

Supergarcía fue el precursor de los vídeos de espionaje, en cuanto le dieron pie. En ‘Si yo fuera presidente’, un programa rompedor de Fernando García Tola en TVE, mostró a España el prodigioso espectáculo de Óscar Porta meando. Óscar era el perro de “Pablo, Pablito, Pablete”, a la sazón presidente de la Federación Española de Fútbol en la jerga butanera. El interés periodístico de las imágenes consistía en que el encargado de sacar al chucho a aliviar la vejiga era el chófer oficial (el del presidente, el perro no tenía).

Transcurridos 36 años de aquella exclusiva, ahora ya no se precisan guardias en coche camuflado ni gastos de producción para salir de pesca a espiar, teniendo un teléfono atiborrado de megapíxeles en cada bolsillo de la ciudadanía. Si al detective de la aseguradora de ‘En Bandeja de Plata’ le costó penas filmar con trípode que la fractura dorsal de Jack Lemmon era un fraude, hoy no tienes más que sentarte en tu guarida de sabueso editor, cruzarte de brazos con los pies encima de la mesa y esperar a que llegue el del móvil jadeando, con el vídeo de Pablo Iglesias comprando en Supercor (aquí entra por debajo Raphael con el estribillo de ‘Escándalo’).

Las impactantes imágenes de un vicepresidente del Gobierno de España comprando con carro y sin mascarilla, como algunos millones más de españoles, suceden a las no menos sorprendentes del anterior presidente y su pulsómetro saliendo a dar un garbeo (aquí Raphael de nuevo al estribillo), y del anterior al anterior al anterior escapando para Marbella (al estribillo otra vez). Ninguno de los tres vídeos tiene interés para una gran exclusiva en hora punta, como lo de Óscar Porta o lo de Alfonso Merlos. Un monólogo de Alsina, como mucho, aunque es notorio que cuando el ala conservadora pisa un estado de alarma lo hace con más garbo, como la morena de El Relicario.

No tengo vídeos de infractores ilustres, pero mi teléfono rebosa reenvíos que me llegan a diario por docenas. La palabra clave en ellos es ‘Galapagar’, como el mago del Escorpión de Jade hipnotizaba con ‘Constantinopla’. En el día 47 de alarma sanitaria, el chalé de Irene Montero aventaja al Jaguar de Ana Mato por 45 memes a 2, en el global de la eliminatoria.

Sábado, 2 de mayo

“Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur…”

Es de Armando Tejada, folclorista argentino. Nunca supe con precisión lo que significa, pero en la voz de Mercedes Sosa siempre me sonó a música celestial.

La cintura cósmica del norte debe de caer aquí por el martillo de Capua, donde a eso de las nueve me asomé por el placer de ver gente caminando. Y corriendo, patinando y pedaleando, como si no hubiera habido un ayer. Ya sé que a estas horas se habrán desbordado los canales del chismorreo digital con una catarata de reproches por lo mal que ‘desescalamos’, con riada de vídeos de pelotones ciclistas y el manido recurso al teleobjetivo para hacer ver que entre la Escalerona y el Piles había más gente hoy que en El Molinón cuando Dire Straits.

Soy corto de vista (además), así que la riada que fluía por el Muro me pareció mayormente de civismo, a todo lo largo del paseo y parte de lo ancho, pues no hay mal que por bien no venga y a los coches les han comido dos carriles crudos sin masticar. A ver si al final de este drama nos va a estar esperando una nueva normalidad en forma de nirvana: un urbanismo con prioridad absoluta para las personas sobre los motores de explosión. Esparcimiento y que corra el aire, como en esa Europa del norte consagrada de siempre al austericidio.

Tirando generosamente la línea del kilómetro, hoy había mono de Cantábrico. Hacia el interior, esta fase de reapertura que no me acuerdo si es la cero o la uno, o lleva decimales, empezó con ciclistas despreocupados por la avenida de la Costa y con compradores pacientes en hilera a la puerta de los supermercados. Los que vadean la crisis moderadamente bien de salud y de recursos van dejando un rastro que, por mucho que se empeñe la corriente Van Gaal -¡tú siempre negatifo!- no se parece en nada al cerco de Vukovar, donde no tenían fibra de banda ancha y en las colas de la panadería igual acertaba una granada de mortero. Hay fotos que lo recuerdan, sacadas con teleobjetivo.

Hoy sólo me acordé de sacar el móvil camino de casa, ante el escaparate de La Buena Letra, donde la distancia focal que normalmente necesitas es de gran angular. Estaba todo, como de costumbre, desde el último alarde de Menéndez Salmón hasta el curradísimo homenaje de Nacho Sendín al balonmano. El acúfeno me dejó un resquicio en la mollera para que sonara Canción con Todos, en versión de Mercedes Sosa.

Lunes, 4 de mayo

Admiro a la gente normal o con apariencia de serlo. Del radiofonista Paco González soy fan desde que le quiso el órdago a un jefazo de Prisa y se piró de la Ser con media sección de deportes siguiéndolo a ciegas, como los ratones detrás del flautista. Paquito y su tropa se están saliendo estos fines de semana raros, con su programa de fútbol sin fútbol. Le han dado un cambio de giro a ‘Tiempo de juego’, que hasta que vuelva el circo sin público es un maratón radiofónico ameno, divertido a ratos, emocionante otros; con la inevitable cuota friki y sin apenas homilías en diez horas de escaleta. Esto último supone un fenómeno paranormal tratándose de la Cope, sintonía que más allá de su reino de Taifas deportivo evito por prescripción facultativa: si me levanto escuchándola, a la media hora me dan ganas de invadir algo. Venezuela, más que Polonia.

El impacto de esta crisis en materia de comunicación está sin evaluar, más allá del vertedero de bulos y de un empacho de cifras a base de rondas y más rondas de minuto de juego y resultado, especialidad favorita del conspicuo García Ferreras, el hombre de negro que ameniza las mañanas apuntándote con el dedo cada vez que da paso a algún fino analista o actualiza los marcadores. En el muro de Justo Braga descubrí un analgésico para seguir la evolución de la maldita curva de contagios sin entrar en pánico, ni pensar en invadir algo, ni nada. Lo teletrabaja Justo en casa con rigor y ponderación, en una versión Juan Palomo del lobby informativo que está poniendo a Asturias en lo más alto, a lo disimulao. En los telediarios de La 1, sin ir más lejos, el tridente Franganillo-Patterson-Víctor Guerrero equivale a la delantera del Liverpool en su pico de forma, aunque Asturias ni se lo crea (a Asturias le dices que hay un jefe de Epidemiología en el HUCA que las está dando todas y te contesta que debe de haber un error; que será en el Monte Sinaí, el de Manhattan, o en algún hospital de Maguncia).

El rótulo que hoy acompañaba en pantalla a un balance del virus en La Rioja ilustra mejor que nada el empeño febril en traducirlo todo a números: “Cero fallecidos por primera vez…”, en lugar de haber tirado por Letras y resumir que hoy no ha muerto nadie. Camino de las ocho semanas de drama y miedo, el dolor de contrición acumulado y todo el propósito de la enmienda sociopolítica están terminando de mutar al capítulo siguiente de la guerra comercial entre Trump y el chino, que ya están otra vez arriba en el ring, haciendo guantes, mientras los demás miramos. Bueno, está también Ursula von der Leyen pidiendo donantes que ayuden en la lucha contra el virus, justo cuando ya me veo en semifinales del Campeonato del Mundo de Altruistas, con mis 35 años cotizados al 25% de retención fiscal, empatado con varios millones más de filántropos.

No hay mal que cien años dure, por seguir con los números. Serán tres en concreto los martes de mayo que La 2 de TVE nos ofrecerá con Audrey Hepburn como compañía alternativa, a partir de mañana. No veo luz más prometedora al final del túnel que la esplendorosa tristeza de Holly Golightly cantando ‘Moon River’ en la ventana de su apartamento. Y que salga a aplaudir el vecindario.

Gijón, 2020