Rapsodia en rojo

Haciendo tiempo ayer por la tarde, en pleno gabinete  de crisis, un dilecto amigo mío me ponía en conexión con Billy Wilder y extraía de ‘Primera Plana’ el título ilustrativo de la tensa espera que anoche se vivió en Mareo. Un titular a toda página con caracteres de generoso cuerpo, rotundos e impactantes: ‘Rapsodia en rojo.

Hildy Johnson tenía a su novia esperando en el taxi, al condenado Earl Williams escondido en el escritorio del poeta Bensinger y a su jefe echándole el aliento en el cogote cuando, sentado ante la máquina de escribir, se disponía a encabezar su artículo sobre un suceso de primera plana. Lo titularía ‘Rapsodia en rojo’. Mientras el sheriff manda a toda la Policía en busca de Earl Williams, que se ha fugado de la cárcel la víspera de su ejecución, el asesino inocente está escondido en un escritorio de la sala de prensa.

-¿Dónde mencionas el nombre del periódico?— le pregunta a Johnson el director del ‘Examiner’.

-Figura en el segundo párrafo— responde Hildy, hipnotizado, mientras aporrea con frenesí la máquina de escribir. El jefe arranca el folio de cuajo y lo hace un ovillo mientras brama, desesperado:

-¿Y quién diablos va a leer el segundo párrafo?

Son las siete y media de la tarde y estoy hablando de la fuga de Earl Williams a la espera de que en Mareo salga la primera plana. En las oficinas del Sporting acaban de inaugurar una sala de prensa  y yo me la imagino esta semana como la de la penitenciaría retratada por Billy Wilder. Hay un tropel de periodistas pendientes del teléfono para mandar sus crónicas de una ejecución, pero lo realmente bueno empieza cuando el convicto se fuga tras pegarle un tiro a un sicólogo freudiano en el bajo vientre.

‘Rapsodia en rojo’, titulaba Hildy Johnson. Suponiendo que en el cadalso vaya a correr la sangre, el título me vale, pero me falta llenar todo lo demás. Aquí no se sabe con qué nos sorprenderán en el próximo fotograma; con qué víctimas entrará en servicio el cadalso ni quién en el Sporting conseguirá escabullirse de los guardias y correr a encerrarse en el escritorio.

Espera uno la llamada telefónica que le permita empezar a procesar y, mientras allá arriba castañetean algunas dentaduras, los hilos argumentales se agolpan ante la máquina de Hildy Johnson. ¿Empezamos hablando del entrenador que van a echar? ¿Del que buscan y parece que no encuentran? ¿Del consejero delegado que llega vestido de general Sherman, a punto de incendiar Atlanta? ¿De dónde están esas famosas acciones de Calvo? ¿De las próximas elecciones municipales y autonómicas? ¿De lo que pensará Roberto Trotta de esta chocante situación?

Si Hildy Johnson tiene aún a su chica esperándole fuera, el taxista se estará frotando las manos. Tranquilos todos, la noche es bella y el taxímetro sigue corriendo.

La Nueva España, noviembre de 1997

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